"Hay muchas veces libros sin Doctor que los lea; hay también otras Doctores que carecen de Libros: lo uno y lo otro es perjudicial en la República, y así en la Arquitectura si no se leen son superfluos los Libros". (Juan Caramuel, 1678)

"Hay muchas veces libros sin Doctor que los lea; hay también otras Doctores que carecen de Libros: lo uno y lo otro es perjudicial en la República, y así en la Arquitectura si no se leen son superfluos los Libros". (Juan Caramuel, 1678)
Mi desencuentro con gran parte de la arquitectura contemporánea dura ya muchos años, como saben quienes me tratan. Lo sufren especialmente mis alumnos, a los que arengo curso tras curso para que no se dejen seducir por el papel cuché de las revistas y se planteen la profesión desde presupuestos de honestidad y servicio.
Nuestras ciudades nos están fallando cuando más las necesitamos. Las transformaciones del siglo XIX, de los años 20 ó 50 del pasado siglo, van a ser poca cosa con lo que estamos empezando a vivir. Vamos hacia la “Smart City” y más allá mientras medio mundo aprende a ser ciudadano. Y sin embargo en el medio urbano lo que menos caben ahora son las personas.
El “Arte de proyectar en Arquitectura” es un libro fascinante, y en esto estarán de acuerdo todos los que lo han tenido en las manos. Su hegemonía como libro de consulta, solo amenazada ligeramente por un manual inglés durante nuestra posguerra, se mantiene intacta hasta hoy, como atestigua que su decimosexta edición haya salido a la calle no hace mucho.
El buen arquitecto, como nos dice Philibert de L’Orme, debe tener tres ojos: uno atendiendo al presente en que se ocupa, otro mirando al pasado para aprovechar las lecciones de los maestros y un tercero mirando al futuro, anticipando soluciones que mejoren su arquitectura y la adapten al mundo que viene.
Hace unos días tuve una (sana) discusión con una conocida a la que tengo mucho respeto, persona muy influyente en la arquitectura, pero con la que discrepo por completo. En su opinión, exposiciones o publicaciones no deberían ocuparse de nada que no sea el presente, ya que el pasado, incluso el más cercano, no tiene nada que enseñar o inspirar a los estudiantes y jóvenes arquitectos.
No sé quién dijo que hay que desconfiar de los arquitectos que escriben. Sin embargo, no le voy a quitar razón dada la tendencia a la pedantería, y aun peor, a lo plomizo de muchos textos escritos por arquitectos. Es un fenómeno curiosamente paralelo a lo soporífero de las bandas sonoras de los documentales de arquitectura, esas que convierten a Satie en un juerguista.
Hace unos días me han pedido alguna recomendación para un alumno que ingresa el curso que viene en nuestro grado de arquitectura y quiere iniciarse ya este verano... y he pensado que no está de más una breve lista para los alumnos que van a ser, para los que ya son y para los que ya terminan. Algunos de los que sugiero ya han sido comentados ampliamente en este blog, otros lo serán.
Muy a menudo olvidamos las razones últimas de la arquitectura, las partículas indivisibles que deberían subyacer en todo programa, ese ADN cuya calidad combinatoria determina que el producto final sea memorable o una simple construcción desprovista de emoción.
La demolición de la Casa Guzmán de Alejandro de la Sota y la constatación del artefacto que la sustituye ha hecho que un sector de los profesionales de la arquitectura se duela de forma notoria.